Feb 20 2011
Los «nuevos» libros de texto
En el último texto propuesto en la clase del Máster, Los libros de texto en los tiempos de la Reforma, sus autores, Felipe Zayas y Carmen Rodríguez, llegan a una serie de drásticas conclusiones en relación a los mismos, ya que, salvo contadas excepciones, los libros de texto han quedado anclados en un enfoque obsoleto y absolutista caracterizado por:
- Esconder, bajo epígrafes que remiten a conocimientos procedimentales, actividades poco o nada guiadas de producción textual.
- Trabajar las habilidades o destrezas lingüísticas como compartimentos estanco.
- Y, en definitiva, por vender la ilusión a docentes y a alumnos de que se puede hablar sin pensar, producir sin reflexionar o leer sin querer.
Desde mi humilde punto de vista, considero el libro de texto un material de apoyo imprescindible, no sólo para los alumnos, que necesitan una guía escrita a la que recurrir en caso de duda, sino también para el docente, quien requiere elementos complementarios a aquello que quiere llevar al aula.
Pero, claro, el problema surge cuando este docente de papel no camina al compás del de carne y hueso. Está claro que cada vez existen más lugares online, donde encontrar materiales alternativos, así como comunidades de aprendizaje y redes profesionales, que apoyan a quienes desean aplicar con seriedad los preceptos del currículum, pero ¿qué sucede ante dudas urgentes, ante momentos puntuales de incertidumbre? O ¿qué sucede cuando el docente prefiere apagar su voz ante su amigo el de papel?
No puedo dejar de pensar que sería más fácil si la voz que surgiera entonces, fuera acorde con la Reforma educativa o, mejor todavía, si ambas voces vibraran al unísono por esta nueva metodología que va en consonancia con la experiencia comunicativa.
Aunque la existencia de un manual innovador no debería anular el criterio del docente, es decir, aunque su capacidad para decidir qué, para qué, por qué y cómo, tendría que quedar intacta, por encima del papel, como un criterio unificador que lo explicara todo; es obvio que la retroalimentación entre ambos sería más enriquecedora si los libros navegaran con los docentes – y no contra ellos o sin ellos – hacia el nuevo rumbo.
En realidad, el giro Copernicano ya ha comenzado y las editoriales deberían empezar a apostar por el camino de la innovación, ya que cada vez son más los profesores que se niegan a cimentar su voz, su libertad y su independencia en el aula o a dejarse embaucar por esos legajos que no escuchan.